sábado, 11 de febrero de 2012

El fin del mundo

Por Daniel Link para Perfil

Me escribe una amiga que vive en Alemania, quejándose de los quince grados bajo cero. Le contesto quejándome de nuestra sensación térmica de cuarenta grados y le digo: “Es el fin del mundo”. Insiste: “Acá también es el fin del mundo”. Pierdo la paciencia y puntualizo: “El fin del mundo es acá, allá, en todas partes. Es consustancial a su posibilidad misma que sea un final unánime, mundializado. ¿Qué te crees?”.
No me extraña, sin embargo, su torcida percepción de las catástrofes. Recuerdo que, hace unos años, nos habíamos reunido en una terraza palermitana para observar un eclipse de luna. Ella, en trance químico o meteorológico (ya no lo recuerdo), afirmaba con una terca temeridad que el fenómeno se debía a la interposición del sol entre la Tierra, nuestro hogar y punto de vista, y su satélite natural.
Como yo me burlaba de ella, pidiéndole que reconsiderara sus palabras (“¡sabés qué calor haría!”), se refugió en la prensa cotidiana: “Lo leí en el diario”. Si así hubiera sido (pero no era el caso), eso habría bastado para probar que los diarios mienten y que su único interés es sembrar el pánico, entonces y ahora.
En cuestión de temperaturas, no se trata de ponerse a competir. De buena gana estoy dispuesto a aceptar que el fin del mundo (y de la alegría), que el infierno y que la muerte se parecen más a quince bajo cero que a cuarenta a la sombra.
De las muchas cosas que nunca entenderé y de las que convendría ir dejando registro aquí, antes de que sobre esta columna caiga la noche total, definitiva, es por qué persiste la gente en vivir en latitudes de climas fríos. A ellos les parecerá inevitable. A mí me parece un castigo que ni “Eclipse de Luna” (el mote burlón de mi amiga) se merece.

(anterior)

1 comentario:

Anónimo dijo...

Al margen de preferencias personales (me inclino a pensar que es peor el calor que el frío), es extraño que, a pesar de que en todas las representaciones populares el infierno aparezca lleno de fuego, Dante lo haya representado con un corazón helado. Para él, el peor de los castigos era la inmovilidad que el impone el hielo. A mi, me inmoviliza el calor.